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"Es imposible que un viaje así te deje indiferente", por Patricia Sánchez

De mi visita a Mae Sot, me llevo muchos recuerdos. Recuerdo el silencio en el Chicken School antes de la hora de comer cuando los niños meditaban, y también lo ordenados y obedientes que eran para sentarse a la mesa delante del plato de comida, posiblemente la única que tomen ese día. Recuerdo también nuestras caras de asombro al conocer que los casos de rapto y venta de niños en la zona no son escasos, y cómo tomamos conciencia de la situación de desamparo en la que viven los refugiados, en un limbo legal sin posibilidad de hacer valer ningún derecho.

Me acuerdo del color anaranjado de la tierra del Colegio Km. 42, y de los niños con sus caras embadurnadas en tanaka gritando, jugando y corriendo por sus cuestas. Sus miradas curiosas, sus sonrisas y cómo enseguida te cogían la mano y estaban encantados de que compartieras juegos con ellos. Pero sobre todo, me acuerdo de Kwai Yode, la niña del orfanato Safe House que amadrino. Recuerdo cuando la vi por primera vez, tan pequeña, al principio extrañada y luego muy cariñosa. Me acuerdo que estuvo a punto de renunciar a su merienda con tal de no moverse de mi lado.

Es imposible que un viaje así te deje indiferente. En mi caso, me dejó una sonrisa en la cara que me duró semanas por todo el cariño que recibí de los niños, y a la vez me dejó una sensación amarga porque aún queda mucho por hacer. Aún se necesitan más socios y padrinos porque quedan muchos niños que escolarizar, muchas obras y ampliaciones que llevar a cabo y mucha sonrisa que repartir.

Muchas gracias a Colabora Birmania por su transparencia, por darnos la oportunidad de visitar sus proyectos y conocer la realidad de los refugiados. Gracias por vuestra admirable labor, dedicación y esfuerzo. Y gracias a Javi, Carmen y Lah por ser magníficos anfitriones.

Patricia Sánchez, madrina de Kwai Yode, niña del orfanato Safe House

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