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Las puertas del tráfico

En el área de Pho Pra, a 40km al sur de Mae Sot, en la frontera con Birmania, viven alrededor de 80.000 inmigrantes ilegales birmanos. Estas personas no tienen condición de refugiados y son muchas las dificultades a las que se enfrentan. Los datos sobre esta población son aproximados ya que, aunque muchas ONG trabajan para ayudar a este colectivo, es muy difícil censarlos y tener estadísticas exactas. La mayoría de estas personas llegan a Tailandia a través de las 27 puertas ilegales que hay a lo largo de la frontera en el pequeño río que separa los dos países. Los gobiernos conocen esta situación pero no hacen nada para solucionarlo. Estas puertas son pequeños puertos por los que a diario llegan muchísimos birmanos para buscar una mejor vida. En el área de Pho Pra estas personas se asientan en comunidades de casas de bambú construidas por ellos mismos, dentro de las tierras de propietarios tailandeses para trabajar en sus plantaciones en precarias condiciones y pobres salarios. No tienen ningún tipo de derecho social y se enfrentan cada día a los abusos de la corrupta policía tailandesa. Una de las cuestiones más duras que golpea a esta población, en su mayoría flotante, es el tráfico de personas. Según los datos de una de las organizaciones que trabaja en esta área, el 50% de la gente de estas comunidades ha sido víctima de las redes de tráfico y el 80% de las mujeres han sido violadas.

Las redes de tráfico son mafias organizadas que trabajan en ambos lados de la frontera operando especialmente a través de las 27 Puertas. Engañan a los inmigrantes haciéndoles creer que les darán trabajo, que les ayudarán a cruzar la frontera y a asentarse en el nuevo país de una forma segura, les cobran altas sumas de dinero y una vez los tienen en sus manos los venden o los utilizan para trabajar en diferentes mercados, como el de la prostitución, grandes barcos de pesca, mafias de mendicidad, tráfico de órganos, de sangre... Estos mercados negros están conectados y se extienden a lo largo de toda Asia e incluso están vinculados con redes aún más grandes que envían personas a Europa y EEUU.

Estos inmigrantes están completamente desprotegidos ya que la mayoría son gente de áreas rurales de Birmania con muy poco conocimiento del mundo más allá de sus pueblos debido a la censura, el control y la opresión de su gobierno y la precaria situación en su país. Llegan a Tailandia sin recursos, sin saber nada del mundo, sin hablar el idioma y muertos de miedo por las posibles consecuencias que puedan sufrir si la policía o los militares los encuentran. En las diferentes entrevistas que he tenido la oportunidad de realizar, me he encontrado con que algunas personas de estos pueblos colindantes a ríos, el único vehículo que habían visto en su vida eran los pequeños botes de bambú que ellos mismos manufacturan. Habían oído hablar de bicicletas, coches y motos, pero nunca habían visto una hasta que llegaron a la ciudad.

Algunas de estas personas que escapan de estas redes son atendidas por las organizaciones y, aunque muchas veces pueden identificar a sus compradores y traficantes, es muy difícil desmantelar estas redes teniendo en cuenta que la policía, militares y gobiernos están vinculados. Es tal la impunidad de estas acciones, que el tráfico de personas existe también a pequeña escala. En las comunidades en Pho Pra es muy común que traficantes ronden por las plantaciones y las pequeñas escuelas que las organizaciones crean para los niños de estas familias buscando “mercancía” para comprar o secuestrar. Se aprovechan de la pobreza y las precarias condiciones en las que viven las personas de estas comunidades y les ofrecen dinero por sus bebés, les dicen que estarán en familias que los querrán y les darán una vida mejor. Ofrecen trabajo en Bangkok y en otras ciudades de Tailandia con buenos sueldos: les engañan y se hacen con ellos.

Es muy común que familias tailandesas y de etnia Mon, provenientes de Laos y residentes en Tailandia, compren de manera particular bebés birmanos para tenerlos como servicio doméstico, para trabajar en negocios familiares, para enviarlos al servicio militar obligatorio cuando crecen evitando que sus propios hijos tengan que ir al ejército y, especialmente estas familias Mons, compran niñas para perpetuar su tradición anual de vender una de sus hijas en los mercados de festivales de año nuevo.

Los niños y adolescentes corren más riesgo que cualquier otro colectivo. No sólo porque las familias los venden en la desesperación y la ignorancia de que quizá tengan una vida mejor, sino porque también hay más demanda por parte de los compradores. Los compran a edades inferiores de 5 años y los mantienen de por vida dentro de sus redes, negocios y mercados. A través de las 27 Puertas, es habitual que lleguen muchos niños solos o acompañados con algún amigo de la familia o en grupos de personas que vienen de una misma zona, mientras sus padres se quedan en Birmania trabajando. Los envían con la esperanza de que en Tailandia podrán tener educación ya que son muchos los rumores que llegan a su país de que existen escuelas para inmigrantes en Mae Sot constituidas por las organizaciones y aprobadas por el gobierno tailandés. En su país la educación es inaccesible para la mayoría de las personas por eso ésta es una vía de esperanza para el futuro de sus hijos.

Yo llevo 2 años viviendo y trabajando en una de estas escuelas en el área de Pho Pra, la escuela Km 42, muy vinculada con las comunidades de la zona dentro de plantaciones tailandesas y he tenido la desgracia de presenciar y conocer de primera mano muchas de estas historias y sucesos. He visitado alguna de las 27 Puertas y, aunque al principio fue difícil hacerme con la confianza y la aceptación de la gente, he conseguido abrir un camino, aún largo por recorrer, para poder seguir investigando y dar a conocer las atrocidades de las que el ser humano es capaz de cometer.

Texto de Rebeca Lacasa. Fotografía de Abel Echevarría.

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